Estimada Alcaldesa:
Tu currículo político -qué tiempos los del PSP- y la falta de respuesta de tus colaboradores me empujan a dirigirme a ti en el tramo final de tu mandato, ya que no espero nada de tu posible sucesor, con quien me ha sido imposible contactar después de muchos intentos y a pesar de los buenos oficios y la amabilidad del concejal Tino Venturo; me consta que él también lo intentó, pero tampoco obtuvo respuesta. Te adjunto lo que me contestaron sobre esta cuestión en el servicio de sugerencias del Ayuntamiento, que se comenta por sí solo. Si la callada sigue siendo la respuesta, me cabe la esperanza de que la prensa sea más receptiva.
Si con la Ley de Memoria Histórica se trata de dignificar a las víctimas de los impunes crímenes franquistas durante la Guerra Civil, y aun después, alguien tendrá que explicar cómo un Ayuntamiento -el nuestro- del mismo color político que quien propone la citada ley y en cuyo callejero figuran Marx, Dolores Ibárruri, Manuel Llaneza o la República, puede acoger con la misma alegría a alcaldes y vicealcaldes franquistas, así como a notorios y celebrados falangistas. Si se cambió de nombre a la Plaza de José Antonio, a la calle Oriamendi o la del 18 de julio, entre otras muchas, no hay ninguna razón para que se mantengan nombres de personas cuyo único mérito es ser fundadores de Falange en Gijón o haber sido fusilados por su condición de falangistas.
No se trata de que desaparezcan del callejero los nombres acordados por el Ayuntamiento entre 1937 y 1979, ni los de alcaldes de la dictadura de Primo de Rivera, como Emilio Tuya, ni los de aquellos que durante el franquismo adquirieron notoriedad profesional o pública sin ocupar cargos directamente políticos (la lista sería demasiado larga), ni siquiera de personajes con responsabilidades públicas durante el franquismo, como Francisco Eiriz o Guillermo Rodríguez Quirós, o personas cuyo mayor mérito radicaba en ser padre del alcalde de la época, como Carlos Bertrand.
Tampoco estoy proponiendo eliminar del callejero a escritores, clérigos, pensadores o políticos de ideología ultraconservadora, como Donoso Cortés y tantos otros, porque lo que pido está lejos de ser revolucionario. Se trataría de que los políticos que rigen esta corporación pidan perdón a Pablo Iglesias por hacerlo convivir con José García Bernardo (alcalde durante una década en los años cincuenta), Rafael San Juan (uno de los fundadores de Falange en Gijón y vicealcalde -entonces se llamaban teniente alcalde- en los años cuarenta), Dionisio Fernández-Nespral Aza (vicealcalde de G. Bernardo), Juan Castañón Aza (falangista fusilado), o el “camarada” falangista Eloy Yenes. Pero más práctico y más fácil que pedir perdón a Pablo Iglesias sería suprimir del callejero gijonés los nombres de un alcalde y dos vicealcaldes de los años cuarenta y cincuenta, y de un par de señalados falangistas, lo que dotaría a la Corporación de un barniz de credibilidad en su consideración de la Memoria Histórica. Por la localización de varias de esas calles, no descarto que estemos una vez más ante ese viejo e inexplicable temor del PSOE a que se enfade alguna gente que nunca les votará. ¿Qué pensaría su marido Daniel de verse tan cerca de Dionisio Fernández-Nespral Aza? ¿Cómo casa la búsqueda de los enterramientos clandestinos del franquismo con mantener esos nombres en el callejero?
Hablando en concreto de mi calle, caen por su peso nombres como Paseo del Rinconín o de Rosario Acuña, como ya se llama en parte, y no creo que el cambio vaya a resultar traumático porque no todos los que vivimos en la zona somos votantes del PP, aunque algunos así lo piensen.
Muchos gijoneses estábamos orgullosos de ver que nuestra ciudad había eliminado de su callejero nombres relacionados directamente con la dictadura, pero eran otros tiempos, en los que dedicar calles a comerciantes, chigreros, al cura franquista de Somió o al fundador de Industrial Alonso, notorio simpatizante del dictador bajo cuyo abrigo hizo florecientes negocios, era sencillamente impensable para su partido. A decir verdad, Gijón necesitaría una comisión que revisase el callejero para que esta modesta propuesta se completase y acabar con nombres absurdos, como los del grupo de calles de El Llano (Ana María, Marcelino, etc.) los nombres equívocos (Santa Fraga, qué casualidad) o desconocidos (Manuel R. Álvarez). Es necesario limpiar y actualizar el callejero, pero veo que las últimas decisiones al respecto van por otro camino por falta de coherencia y de sentido histórico. Una lástima.
Recibe un cordial saludo,
Aurelio Peláez Morán
Gijón, 4 de febrero de 2011