La inmensa mayoría de los medios de comunicación españoles, así como la “clase política” casi al completo, han celebrado y aplaudido la muerte de Bin Laden. Eliminación, liquidación, venganza o acto de justicia han sido los términos empleados por los periodistas para referirse a un hecho que, en estricto sentido jurídico, sólo puede ser definido como ASESINATO. ¿Se puede calificar de otra forma al hecho de enviar un comando a un país extranjero con la única finalidad de matar a una persona? Porque no se trataba de detenerlo para juzgarlo posteriormente, sino de eliminarlo físicamente. Y esto en Derecho se llama asesinar.
Provoca sonrojo escuchar a los políticos y tertulianos de derechas, que hace unos años condenaban tajantemente las acciones de los GAL en nombre del Estado de Derecho, justificar hoy el terrorismo de estado norteamericano. Ahora valen todos los atajos y se afirma sin pudor que el fin justifica los medios. Pero no solamente la derecha alaba a Estados Unidos. También la izquierda oficial se congratula porque el mundo occidental se ha librado de lo que denominan un enemigo maligno.
La presunción de inocencia, el derecho a un juicio imparcial en el que el acusado cuente con un abogado defensor, y todas las garantías que debe tener cualquier acusado, incluso aunque haya cometido crímenes execrables, son ignoradas y pasadas por alto en este caso. Y los que celebran un crimen cometido con todos los agravantes son personas que afirman defender la democracia. Justificar una acción criminal en nombre de la democracia es un sarcasmo trágico que muestra el verdadero rostro de un sistema político corrupto y envilecido. «Lo llaman democracia y no lo es», el lema coreado por miles de ciudadanos en las manifestaciones contra la guerra de Irak, Afganistán y Libia, resume acertadamente la situación política española.
Asistimos a una perversión política e ideológica de gravísimas consecuencias. Terrorismo es la palabra mágica, el concepto global, ubicuo, que permite justificar la tortura, promulgar legislaciones de excepción, conculcar los derechos civiles, anular las libertades cívicas e incrementar los poderes de la policía. Invocando la defensa de la seguridad nacional y la necesidad de combatir la amenaza terrorista, los gobiernos atemorizan a la población y destruyen el sistema democrático con el pretexto de defenderlo. Guantánamo es el paradigma del nuevo fascismo que se instala en nuestras sociedades; un fascismo que, a diferencia de los años treinta del pasado siglo, mantiene las formas democráticas vaciándolas de contenido, y contando, además, con el apoyo de una parte importante de los ciudadanos, sometidos a una propaganda oficial masiva y víctimas de sistemas educativos que anulan la capacidad crítica.
Como en “Matrix”, la famosa película de ciencia ficción, los ciudadanos europeos y norteamericanos viven atrapados en un mundo virtual de mentiras fabricadas por los gobiernos y las oligarquías económicas, cuyo único objetivo es impedir que la población sea consciente de la realidad y descubra que el verdadero terrorismo está instalado en nuestra vida cotidiana.
Terrorismo es un sistema económico que en España condena al paro a cinco millones de personas. Terrorismo es el embargo de la vivienda por no poder pagar hipotecas diseñadas por ladrones profesionales. Terrorismo es el empleo precario, la privatización de la sanidad y la enseñanza públicas y el retroceso continuo de los derechos sociales. Terrorismo es el fraude fiscal sistemático cometido por las clases dominantes. Terrorismo es la impunidad en la que viven los especuladores que han ocasionado la actual crisis económica y que, como premio a su actividad criminal, reciben cientos de miles de millones del erario público. Terrorismo son los planes de ajuste de la Unión Europea que conducen a millones de personas al desempleo, la miseria y la desesperanza. Claro que hay terrorismo, y su objetivo son las clases trabajadoras, las clases populares, los jóvenes, los jubilados, los desempleados. Somos las víctimas de una banda terrorista que no lleva turbantes ni habita en las montañas afganas. Los terroristas que destruyen nuestras vidas, nos niegan el futuro y aspiran a implantar de nuevo las condiciones laborales del siglo XIX planifican sus operaciones en suntuosas oficinas, visten trajes de diseñadores de moda, llevan relojes de oro en la muñeca y viajan en coches de lujo. Algunos lucen uniformes con estrellas en la bocamanga y otros van ataviados con sotanas. Ellos son los enemigos y deben ser juzgados por crímenes contra la Humanidad.
Stéphene Hessel, miembro de la resistencia francesa contra la ocupación nazi y redactor de la “Declaración Universal de Derechos Humanos”, ha escrito un breve folleto titulado “Indignez-vous” (Indignaos), que ha tenido un enorme eco en la sociedad francesa. Ese es, sin duda, el primer paso, la indignación, para rasgar la pesada cortina de resignación y pasividad. Pero no es suficiente. A continuación es imprescindible la rebelión, la lucha popular, para recuperar la libertad, la dignidad y la justicia, secuestradas por unos individuos que presiden Consejos de Administración y Consejos de Ministros.