Asesinaron a Federico García Lorca. La burguesía granadina, la barbarie falangista, los militares traidores, todos ellos fueron los criminales. Le odiaban por su republicanismo, por sus inclinaciones sexuales, por su denuncia de la injusticia y del oscurantismo.
Aborrecían su alegría, su pasión por la vida y su libertad de pensamiento. Le fusilaron porque no era como ellos, como los terratenientes crueles que violaban a las hijas de los jornaleros; ni como los fascistas de taberna, ni como los militares borrachos y analfabetos. No era como esa horda de cobardes con estrellas en la bocamanga que sólo habían sido capaces de matar a civiles en el protectorado de Marruecos. Odiaban su cultura, su sensibilidad, su poesía.
Quisieron acallar su voz, junto con la de cientos de miles de españoles que defendieron la legalidad republicana. Pero la voz de Federico es eterna, vive en sus poemas universales. Sus versos trazan círculos de luz sobre la tierra española y anuncian la inminencia de la III República.
(Carlos Hermida)